miércoles, 26 de noviembre de 2008

Alegoría de los hombres de la pelota de goma


El mundo es un escenario pero los papeles están mal repartidos.

Oscar Wilde


Sobre la pelota de goma, una trenza de hombres jugaba al equilibrista. Uno de ellos sugirió que, si no se reproducían, permanecerían allí arriba durante años. Eso cayó como un dogma. Ni el cansancio los distrajo, ni la carencia los animó a entregarse a los placeres carnales. Era preciso quedarse rígidos para que la pila no cayera; por lo tanto, debieron no hablar, e idearon un modo para hablar a lo eterno, para no dejar marcas en el tiempo. Pensaban en silencio, hablaban con sus entrañas: algún estómago calamitoso crujió de hambre, lo que incorporó entre los hombres la dicha de decir cosas con sus vientres. A falta de palabras, apremiaba el deber de contar con sonidos, con no-silencios que despejaran la memoria y el sopor de las lágrimas desvariadas. Expresaron sus pensamientos, e inventaron el arte de hablar con el hígado; decir que sí con un condescendiente suspiro del páncreas, murmurar un numeroso te quiero con el repiqueteo de riñones, ejercer la demagogia con la despótica voz del estómago, aprobar un dictamen enredando los intestinos no sin sorna. Algunos preferían el tierno seseo del corazón, al atrevido dequeísmo de la bilis. No faltaba el depravado que aullara herejías con los sardónicos pulmones, ni hombre tan puritano como para no envidiarle la bilirrubina a su prójimo. Los más ascetas, hundían el ombligo hasta el otro lado del estómago como señal de sacrificio, y los charlatanes llamaban la atención con escatologías amarillistas.

Los rostros de los espectadores estaban como distantes. En sus banquetas se dormían las criaturas o babeaban los borrachos. Era preciso que algo magnánimo y superlativo ocurriera en la sala. El acomodador se paseaba con luz entre las manos; nadie no dejaba de comentar lo aburrido del espectáculo. En ese momento, en el escenario, la pelota de goma cedió ante el peso hueco del Hambre; los equilibristas cayeron: ¿Era su desconcierto o el ensueño? No supieron qué fue esa ventisca de terror que los derribó; la pelota de goma salió disparada haciendo cabriolas endemoniadas; los equilibristas se mostraron perplejos por un instante, pero luego se pusieron de pie, se tomaron de las manos y en amplia cuerda humana saludaron a los espectadores de las plateas. Entre estos estalló un aplauso sordo, como con vahído…

El acomodador encendió todas las luces del teatro. Los espectadores corrieron al escenario. Y todos, tomados de la mano y en amplia cuerda humana, se despidieron con una inclinación de artistas. Y el grito del acomodador resonó entre las butacas y en el escenario colmado de humanidad:

—¡Terminó la función! —dijo, y todos se retiraron…

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