… Hace milenios, el Desierto Líbico contaba con una diminuta población. Estos individuos, de especto desconocido, no comprendían cuál era la causa por la que estaban allí. Conjeturaban largamente sobre los orígenes de su pequeño universo; pero se sentían desprovistos de algo que no podían describir. De algo inefable. Quisieron comunicarse entre ellos sobre los resultados de sus meditaciones individuales: efectuaban señas, movimientos faciales como el fruncimiento del cejo, ademanes como la agitación convulsiva de la mano, postura en arco (hacia abajo o hacia arriba) de la línea de la boca, y hasta daban saltos inconmensurables para que alguno del grupo procure atención a sus bosquejadas cosmogonías. Hasta que uno de ellos, digámosle Primigio, en su desesperación, logró exhalar desde la garganta un aliento tan enérgico que le vibraron los músculos de la glotis. El maravilloso resultado fue lo que hoy día, más indiferentes ante los grandes logros, llamamos Grito. Todos dirigieron la mirada hacia Primigio.
Primigio, exaltado por su gran descubrimiento, rondaba por la indistinta arena ostentando hermosos Gritos. Todos lo admiraban, lo tenían como un líder, y copiaban el grito de Primigio. Inventaron una señal para mostrarle su aprecio: la Reverencia, consistente en una profunda inclinación ante él. Durante la noche, Primigio acostumbraba reunir a los niños en un círculo para maravillarlos con su descubrimiento. Llamaron “aa” (onomatopeya del grito) a lo que hoy llamamos “reunión”. En una de estas reuniones, un miembro se hizo presente con un montón de leños en la mano, y al inclinarse ante Primigio se le cayeron los leños en el pie de éste. El líder, que había comenzado su exposición con una de sus mejores obras, cortó el frenético aliento que expulsaba su boca, apretando los labios, y luego los volvió a abrir sin dejar de Gritar. El resultado fue la ovación. Todos los niños se lanzaron sobre él; el hombre de los leños se fue corriendo a avisar a los demás, pues éste era un momento de júbilo que nadie podía dejar de ver. El grito se había convertido casi en lo que llamamos Palabra; todos intentaron copiar la nueva Obra de su líder; llamaron “aammaa” a ese sentimiento que nosotros llamamos “dolor”.
Desde entonces, en el Desierto Líbico se oyen alucinantes aammaas que son herencia irrenunciable de los aldeanos. Claro que estos fonemas se fueron acomodando a los tiempos de la lengua, a las jergas de los jóvenes, a las pronunciaciones de los gangosos, a la caligrafía de los escribas, a la modorra producto del clima, a las contingencias sociales, a las dinastías de los déspotas, a las maravillas del hombre, a las nuevas significaciones del arte, a la calidad de las tintas de imprenta, a las exigencias de la fe, a los corolarios de la pandemia, a las cosmogonías y filosofías vigentes, a la vida, a la muerte exigua, al mundo, a los astros, al todo, a la nada, al bien, al mal. Pero lo cierto es que a estos aldeanos sólo les basta con decir aammaa para dialogar, porque han condensado en esa expresión toda su historia, y encaminado su presente; aunque algunos científicos han asistido a “reuniones” de los ‘aammitas’ (tal el nombre de su tribu, y por extensión el de su lengua) y oído con asombro que su diálogo era absolutamente heterogéneo, pues aunque aún no hay traductores de su lengua, es evidente que cuentan con articulaciones fónicas distintas, unas de otras; es decir que no pareciera que, como lo antedicho, sólo usaran un vocablo (aammaa). Pero lo que en realidad se conjetura es que, merced a las variaciones de la lengua, los avatares históricos, etcétera, este pueblo ha tenido el mérito de derivar de un único vocablo todo su sistema lingüístico, lo que tuvo como magnánima consecuencia el conservar, literalmente, sus raíces, y no olvidar que hubo una vez un individuo de su civilización que ejercía la docencia y fomentaba el diálogo, antes que Sócrates, entre los hombres.
ACLARACIÓN (INNECESARIA EN FICCIÓN):
No se trata de una postulación de una teoría acertada sobre el surgimiento de la lengua. Es solamente un juego literario, que me surgió leyendo la teoría de la palabra cuya base empírica es la observación de los gritos en una especie de monos.
Objeción adecuada, a mi parecer, serían las argumentaciones hechas por Vigotski en Pensamiento y habla (Argentina, Colihue, 2007), donde entiende, citando a Sapir, a "la palabra no como símbolo de una percepción aislada, sino como símbolo de un concepto" (p. 21), y si se refiere al habla humana, lo hace siempre y cuando se la entienda "surgida de la necesidad de comunicación en el proceso de trabajo." (p. 20). Esto quiere decir que el lenguaje humano no pudo surgir de la experiencia individual del miembro de una tribu, sino que requiere de la observación de los caracteres que definen las distintas clases de objetos o entidades, para lograr una generalización (p. 18 a 23) que nos lleve al concepto (la palabra).
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