Cuentan los que saben que aquel hombre tenía tal consistencia en su masa corporal que resultaba difícil verlo esfumarse en la distancia.
Una mañana, un campesino lo vio partir hacia el horizonte. El sendero se extendía hacia el oeste, semejando un gran báculo que penetra el sol. El campesino miraba anonadado cómo caminaba aquel hombre sin parecer alejarse: sólo se percibían sus brazos balancearse, y aquellos pies que remedaban pasos en el aire. Y ese hombre —esa sombra de hombre— no se degradaba gradualmente en la lejanía.
Y el campesino estuvo así admirándolo, hasta que llegó la hora de regresar a sus faenas…
Muchos dicen que el sujeto de la sombra eterna había quedado solo en el mundo y para remediarlo concentró en su persona la existencia de todos cuantos lo acompañaron. Otros agregan que al caminar por el sendero sin desaparecer, llegó un momento en que su figura encontró el fin del camino, y se estampó en el horizonte perdiendo su forma habitual de hombre. Pero hay veces en que esa figura se desprende y vuelve caminando por el mismo sendereo, y los lugareños la confunden con un pariente lejano que regresa.
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